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“Pues el Señor tu Dios es Dios de dioses y Señor de señores. Él es el gran Dios, poderoso e imponente, que no muestra parcialidad y no acepta sobornos. Se asegura que los huérfanos y las viudas reciban justicia. Les demuestra amor a los extranjeros que viven en medio de ti y les da ropa y alimentos. Así que tú también tienes que demostrar amor a los extranjeros porque tú mismo una vez fuiste extranjero en la tierra de Egipto” (Filipenses 2, 5-8).
“Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme”. (Mt 25, 34-36).
Imparcialidad: estar libre de prejuicios, es decir, abstenerse de estar a favor o en contra de alguien por su raza, credo, ideología, nacionalidad.
Ética de la memoria: para no olvidar el sufrimiento pasado desde el bienestar del presente.
Esfuerzo y articulación: con la sociedad en la identificación y asignación de las responsabilidades para la protección de la niñez migrante.
Empatía: al conectar la realidad de las personas migrantes con la propia historia de vida, colocándose en su lugar.
Encuentro y reconocimiento: de la persona inmigrante como su prójimo a quien debe amar incondicionalmente.
Solidaridad, acogida y hospitalidad: hacia los extranjeros, brindándoles ropa, alimentos, albergue.
Respeto y valoración de la dignidad del ser humano.
Amor, justicia y misericordia: con los más vulnerables y oprimidos.