(Lucas 10:25-37; Mateo 25:35-40; 1 Juan 3:18; Romanos 12:3-8)
“Cuando se le preguntó, Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento de la Ley?” Jesús respondió: “Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente”. Este es el primer y principal mandamiento. El segundo dice así: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
La Iglesia tiene el mandato de acercarse con amor y compasión. La Iglesia es el pueblo de Dios. Como tal, Dios invita a la iglesia a participar en la restauración de las vidas en nuestras comunidades. Dicho trabajo necesita ser realizado con paciencia, y motivado por amor. Esta es una manera en que la iglesia puede expresar dichos actos de amor.
(1 Corintios 1:23-24, 2:6-16, 3:16, Juan 14:16-17,25-27; Juan 1:5, 3:17; Gálatas 5:22-23)
El Espíritu Santo nos proporciona sabiduría. El trabajo del Espíritu Santo permite a la Iglesia liderar movimientos de paz, verdad y justicia. El Espíritu Santo, que vive dentro de nosotros, permite a la Iglesia expresar el amor y la compasión de Cristo. El Espíritu Santo nos ayuda a ver a cada humano hecho a la imagen de Dios. El Espíritu Santo ha guiado el Cuerpo de Cristo a través de su historia y continuará haciéndolo en el futuro.
A través de la historia y el día hoy, la humanidad enfrenta muchas enfermedades, epidemias y males sociales. Dichos problemas normalmente son complejos, retenidos por culturas y tradiciones profundamente arraigadas, rodeadas por el estigma o desafíos de actitudes personales, e inclusive podrían estar conectados con personas con poder e influencias, interesadas en mantener a las personas oprimidas. Y nosotros, por lo tanto, necesitamos la sabiduría y coraje para analizar las raíces de estas causas, para que nosotros podamos hacer el mejor trabajo abordándolos, y de esta manera aliviarlos para que nuestras comunidades puedan prosperar.
(Romanos 15:5-7; Mateo 18:15-35; 2 Corintios 2:5-22 y 16-21; Gálatas 6:1-2)
La gracia es el inmerecido favor de Dios. Dios nos ha dado el amor y misericordia porque Dios desea que nosotros lo tengamos, no porque nos lo hayamos ganado. Es la paz que Dios le ha dado al inquieto; el amor que Dios le ha mostrado al indeseado. La gracia se expresa de manera más clara en las promesas reveladas por Dios en las escrituras consagrado en Jesucristo.
Cristo acepta a Sus seguidores a pesar del hecho que pecamos una y otra vez. Alguien contra quien se ha pecado también necesita restauración y nuestro apoyo compasivo para ayudarlo a él/ella a encontrar esa gracia asombrosa de perdonar y dejarlo en las manos de Dios. Esa misma gracia o aprobación nos ayuda a reconciliarnos con otros.
(Génesis 1:26-27; 1 Juan 4:12; Colosenses 1:15)
Cada ser humano ha sido creado a la imagen de Dios, y, por lo tanto es precioso y valioso de respeto como miembro de la familia humana. Toda persona, desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, tiene una dignidad inherente y un derecho a la vida consistente con la dignidad. La dignidad humana viene de Dios, no de una cualidad humana o logro.
Estamos llamados a buscar evidencia de la imagen de Dios en cada persona con la que tenemos contacto, como una expresión del amor de Dios. La imagen de Dios se ve claramente en Jesús. 1 Juan 4:12 dice, “Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.” El amor de Dios se vuelve más completo en la humanidad por la forma en que nos amamos unos a otros.
(Mateo 5:9 y 38-48; Romanos 12:9-21; Colosenses 3:12-17)
Dios detesta la violencia. Sus profetas argumentaban de manera implacable que la paz, la rectitud y justicia son compañeros necesarios en el reino de Dios. En el evangelio de Mateo, Jesús dibuja claramente un contraste entre el pensamiento humano y la tendencia, y la naturaleza divina y el temperamento cuando le dice a la multitud, “Oísteis, que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.” Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos…” En una cultura que adoptaba la venganza violenta, Jesús enseñó perdón y paz, modelando cómo se deberían de reconciliar y restaurar las relaciones.
El Cuerpo de Cristo puede crear ambientes a todos los niveles (individual, interpersonal, social y sistemático) donde la verdad acerca de la violencia es reconocer, aconsejar a las personas, nutrir y dirigir a las personas lejos de comportamientos violentos
(Efesios 4:1-16; Mateo 5:14-16)
Decir la verdad es fundamental para la vida Cristiana. Se debe promover la paz cuando somos honestos acerca de la realidad alrededor de nosotros. La salud y reconciliación solo puede suceder cuando la verdad se comparte con amor. Nunca podremos tener verdadera justicia sin ser capaces de ser honestos con nosotros mismos y nuestra comunidad acerca de las realidades, desafíos, y rupturas a las que nos enfrentamos.
La Iglesia debe liderar la manera en que se dice la verdad en la comunidad. Somos responsables de comunicarlo de una manera que resulte en un crecimiento positivo. El punto de vista de la comunidad, de personas poderosas y tabúes hacen difícil que se diga la verdad. El silencio (esconder la verdad) se debe normalmente debido al miedo. Sin embargo, este es el resultado en la continuación de la injusticia y de aquel que se mantiene en silencio se vuelve un cómplice.
(Isaías 58:1-12; Lucas 4:14-21; Miqueas 6:6-8; Santiago 1:27 y 2:1-13; Mateo 23:23)
Se puede leer la Biblia como una historia única del trabajo de la justicia de Dios, restaurando su Creación. Dios creó un mundo perfecto y armónico donde los seres humanos vivieran en las relaciones correctas con ellos mismos, unos a otros, Dios, y la creación. Cuando Adán pecó, la muerte e injusticia entraron en el mundo. La vida, muerte y resurrección de Jesús fue la forma de entrada del Reino de Dios al mundo.
En el Antiguo Testamento los profetas se levantaron en contra del poderoso y el rico en nombre de las personas que trataban injustamente. Los sacerdotes eran intermediarios entre Israel y Dios. Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, ora por nosotros y nosotros también actuamos como sacerdotes cuando oramos por el mundo.